¿Alguna vez has sentido que una ola de preocupación te invade sin razón aparente? ¿O un nudo en el pecho que te impide respirar con tranquilidad y que parece no tener nombre? Muchas madres, padres y cuidadores viven ese tipo de sensaciones mientras acompañan a sus seres queridos, especialmente si están transitando por momentos difíciles de salud física o mental. Comprender lo que sentimos no nos quita el dolor, pero sí nos da herramientas para nombrarlo, atravesarlo y buscar ayuda.
Hoy queremos hablarte, con calma y cercanía, de dos emociones que afectan profundamente nuestra manera de vivir: la ansiedad y la angustia. También te invitamos a conocer un enfoque que puede ayudarte a reconectar contigo y los tuyos: la mentalización. No es necesario ser expertas o expertos para empezar a entenderlas. A veces, basta con entender un poco más de lo que nos pasa para dar el primer paso hacia el cuidado.
Ansiedad y angustia: no son lo mismo
Aunque muchas veces se usan como sinónimos, la ansiedad y la angustia no son iguales. Reconocer sus diferencias nos permite darnos permiso para sentir, y también buscar el apoyo adecuado.
La ansiedad puede sentirse como una inquietud constante, como si algo pudiera salir mal en cualquier momento. Es esa necesidad de estar alerta, de pensar una y otra vez en lo que podría pasar. Aparece con frecuencia en quienes enfrentan situaciones inciertas, cambios o responsabilidades abrumadoras, como cuidar a un hijo o hija con una condición médica o esperar resultados de un diagnóstico. Es más mental: pensamientos que se aceleran, que te atrapan en un círculo sin fin.
En cambio, la angustia es más visceral. Se siente en el cuerpo. Es una sensación intensa de opresión que se puede manifestar en el pecho, en la garganta o en el estómago. A diferencia de la ansiedad, que suele empujarnos a huir o resolver, la angustia paraliza. Tal vez la hayas reconocido en esa sensación de vacío o ahogo cuando algo es simplemente demasiado.
Ambas emociones son humanas. No indican debilidad, sino que nuestro cuerpo y mente están reaccionando. El problema no es sentirlas, sino no saber qué hacer con ellas.
Cuando la ansiedad se vuelve persistente
La ansiedad puede ser también parte de un trastorno más amplio. Si notas que los pensamientos ansiosos persisten gran parte del día, afectan tu sueño, apetito, concentración o te impiden disfrutar de momentos en familia, es importante prestar atención.
Algunos de los síntomas comunes incluyen:
– Latidos acelerados y sensación de falta de aire.
– Sudoración excesiva o manos frías.
– Problemas para dormir (despertarse en mitad de la noche, insomnio).
– Pensamientos catastróficos o temores intensos sin causa clara.
– Necesidad constante de controlar o anticipar lo que podría pasar.
En estos casos, la ansiedad deja de ser una emoción pasajera y se convierte en un obstáculo cotidiano. Pero con acompañamiento profesional, es posible aprender a convivir con ella, entender su origen y modular su impacto en la vida diaria.
La mentalización: una herramienta para volver hacia adentro (y hacia el otro)
Frente a todas estas emociones, existe una habilidad que puede ser muy útil: la mentalización. Su nombre puede sonar complejo, pero su esencia es profundamente humana.
Mentalizar es la capacidad que tenemos las personas de entender nuestro mundo interior y el de los demás. Significa poder preguntarnos: “¿Qué estoy sintiendo?”, “¿Qué estará pasando dentro de mi hijo?”, “¿Por qué reaccioné así y por qué él (o ella) también lo hizo?”
Cuando estamos en medio de la ansiedad o la angustia, esa capacidad se apaga. Nos volvemos reactivos, impulsivos o evasivos. Pero cuando aprendemos a mentalizar, se abre un espacio interno donde podemos observar (sin juzgar) nuestras emociones. Es como si encendiéramos una linterna en medio de una habitación oscura.
Por ejemplo, una madre que nota que su hijo se muestra agresivo después de una consulta médica, y en lugar de castigarlo se pregunta: “¿Será que tiene miedo y no sabe cómo decirlo?”, está mentalizando. Y esa pregunta, por sí sola, ya empieza a calmar.
En psicoterapia, trabajar la mentalización ayuda no solo a reducir la ansiedad, sino también a mejorar los vínculos, la comunicación y el bienestar general. Formar este “músculo emocional” requiere tiempo y acompañamiento; no es una tarea fácil, pero sí profundamente sanadora.
Cuidar también es cuidarte
Estar al frente del cuidado de un ser querido —ya sea hijo, hija, madre, padre o pareja— puede traer consigo una carga invisible pero enorme. Y muchas veces, en ese rol, nos olvidamos de mirar hacia adentro. Nos exigimos estar bien, saber qué hacer, no mostrar temor o tristeza.
Pero sentir ansiedad o angustia no es señal de que estás fallando. Es signo de que eres humano, de que te importa, de que te afecta. Reconocer lo que sientes y buscar sostén no es una debilidad: es un acto de amor profundamente valiente.
En Enmente® creemos que el bienestar emocional comienza por escucharnos. Invitamos a madres, padres y cuidadores a darse ese espacio. A veces, lo único que necesitamos es un lugar seguro donde alguien nos escuche y camine con nosotros el proceso.
Si sientes que la ansiedad o la angustia están ocupando demasiado espacio en tu vida, o deseas aprender a comprenderte mejor a ti y a los tuyos, desde Enmente® podemos acompañarte, con profesionalismo, empatía y compromiso genuino.
Porque tú también mereces estar bien.
—
Sentir no es un error, es un camino.
Y comprender lo que sentimos es un acto de cuidado que transforma.