¿Alguna vez sentiste que algo te aprieta el pecho sin razón aparente, o que una inquietud constante te impide dormir, incluso cuando todo parece estar en orden? Es posible que estés atravesando un episodio de ansiedad o de angustia. Aunque muchas personas usan ambos términos como si fueran lo mismo, en realidad se tratan de experiencias distintas, y comprenderlas con claridad puede ser el primer paso hacia tu bienestar, o el de alguien a quien amas y acompañas.
Cuando nuestros hijos, familiares o seres queridos padecen alguno de estos estados emocionales, como madres, padres o cuidadores, sentimos una mezcla de preocupación, impotencia y deseo de ayudar sin saber por dónde empezar. Este artículo busca acercarte herramientas para identificar estas emociones y, sobre todo, para abordarlas desde un lugar comprensivo, humano y acompañante.
Ansiedad y angustia: entender lo que no siempre se dice
La ansiedad es como una alarma interna que se activa ante la posibilidad de alguna amenaza o peligro. Es esa voz interna que dice: “algo va a salir mal”, aunque no podamos distinguir exactamente qué. Se manifiesta con síntomas como inquietud, dificultad para concentrarse, sensación de peligro inminente, palpitaciones, sudoración o incluso problemas para dormir. Pero, a pesar de lo inquietante que suena, la ansiedad en sí misma es una respuesta del cuerpo que busca protegernos; su intención es ayudarnos a actuar, a buscar una solución, a ponernos a salvo.
En cambio, la angustia se vive de forma diferente. Es más profunda, más visceral, más difícil de explicar. Puede aparecer como una opresión en el pecho, un nudo en la garganta, una sensación de parálisis o de vacío absoluto. A menudo, no hay pensamientos claros detrás de esta emoción, solo el cuerpo que grita que algo no está bien. La angustia no siempre impulsa a la acción, al contrario: puede dejarnos inmóviles, atrapados dentro de una nube espesa de malestar.
Acompañar a alguien que experimenta uno u otro estado requiere empatía, presencia constante y una escucha activa que no intente apresurarse a “solucionar”, sino a comprender.
¿En qué se diferencian?
Identificar si lo que tú o tu ser querido siente es ansiedad o angustia puede marcar una gran diferencia en cómo se afronta la situación. Mientras que la ansiedad suele estar acompañada de pensamientos rumiantes (darle vueltas a lo mismo), y tiende a generar una respuesta activa —huir, evitar, anticiparse en exceso—, la angustia muchas veces se presenta sin un contenido mental tan claro y es más corporal, como si el malestar “viviera” en el cuerpo.
Podemos imaginarlo así: la ansiedad es como correr intentando buscar una salida, aun si no vemos claramente la puerta de salida; la angustia es como estar encerrados en una habitación, sin ver las paredes, sin aire, sin poder movernos.
Ambas experiencias pueden alterar profundamente la vida cotidiana. Por eso es esencial no subestimarlas ni asumir que “pasarán solas”. Pequeños cambios de comportamiento, que a veces interpretamos como carácter o etapa, pueden esconder un sufrimiento emocional importante.
¿Qué hacer si reconoces estos signos?
Es natural sentirse angustiado o ansioso ocasionalmente. Sin embargo, cuando estos estados emocionales se vuelven frecuentes, incapacitantes, o causan malestar significativo, buscar ayuda es lo más responsable y compasivo que podemos hacer por nosotros mismos o por las personas a quienes cuidamos.
El abordaje más recomendado para estos síntomas combina diferentes estrategias. La psicoterapia, especialmente aquellas orientadas a entender cómo pensamos, sentimos y actuamos —como la terapia cognitivo-conductual—, puede marcar una gran diferencia. Este tipo de intervención ayuda a identificar aquellos pensamientos que alimentan la ansiedad o que contribuyen a sostener estados de angustia.
Además, técnicas complementarias, como ejercicios de relajación, respiración consciente, mindfulness o incluso la meditación guiada, son aliadas poderosas para calmar el cuerpo y permitir que la mente recupere claridad. En ocasiones, el apoyo farmacológico puede ser necesario, especialmente en situaciones más severas, pero siempre debe estar bajo supervisión y acompañamiento profesional.
Ahora bien, más allá del tratamiento, hay un concepto que puede ayudarte profundamente a comprender lo que ocurre tanto en ti como en las personas que amas: la mentalización.
Mentalización: mirar el mundo interior con otros ojos
Imagínate tratando de entender qué le pasa a tu hijo adolescente que cada vez te habla menos y parece moverse entre el enojo y la tristeza sin explicaciones. O a tu madre, que parece angustiada todo el día, pero al preguntarle simplemente responde “no sé”. Mentalizar es ponerle nombre —o al menos intención de comprensión— a lo que ocurre en nuestro mundo interno y el de los demás.
La mentalización es una capacidad psicológica que nos permite interpretar nuestros propios pensamientos, emociones, deseos e intenciones, y también los de quienes nos rodean. Es lo que nos ayuda a decir “esto que siento puede estar conectado con…” o “tal vez mi hijo reacciona así porque se siente inseguro y no sabe cómo pedir ayuda”.
Cuando ayudamos a una persona a mentalizar, no la presionamos para que nos diga qué le pasa. Le ofrecemos un espacio donde puede explorar su mundo emocional sin juicios. Y lo mismo podemos hacer con nosotros: dejar de pelear con lo que sentimos y, en cambio, empezar a preguntarnos con amabilidad: “¿Qué me quiere decir mi cuerpo con esta angustia? ¿De dónde viene esta preocupación que no me deja dormir?”
Cultivar esta mirada compasiva hacia las experiencias emocionales propias y ajenas puede convertirse en una herramienta muy poderosa para enfrentar la ansiedad y la angustia. Porque entendiendo, podemos cuidar mejor.
Un mensaje desde el corazón
Ya sea que estés leyendo esto porque tú vives con ansiedad, o porque acompañas a un familiar, hijo o ser querido que atraviesa momentos de angustia, queremos recordarte que no estás sola ni solo. Sentirse desbordado no es sinónimo de debilidad. Es simplemente humano.
En Enmente® creemos que comprender lo que sentimos es el primer paso hacia el cuidado profundo y sostenido de nuestra salud mental. Si el ruido en tu mente, o el nudo en tu pecho, no se van solos, tal vez sea momento de tender una mano y buscar apoyo. No está mal necesitar ayuda. Está bien decir “esto me supera y necesito guía”.
Porque aunque a veces parezca que no hay salida, siempre hay un camino para sentirnos mejor, acompañados y comprendidos. Y ese camino empieza con una pregunta: “¿Qué me está pasando?” y continúa con una decisión valiente: “Quiero empezar a cuidarme”.
A fin de cuentas, cuidar nuestra salud mental es un acto de amor, de los más importantes que podemos ofrecer a nosotros mismos y a quienes queremos.
Permítete sentir. Permítete entender. Y sobre todo, permítete sanar.