Ansiedad y angustia en adolescentes: descubre cómo identificar y transformar el miedo en conexión

Enmente® Una persona de espaldas sentada en un entorno cotidiano, como una sala de estar con luz suave, con un cuaderno abierto frente a ella. En la pizarra, el mensaje: "Entiende tus emociones". Al lado, un cartel con la estadística: "El 70% de las personas sienten ansiedad a diario". ambientado con un fondo desenfocado en tonos cálidos y acogedores.

¿Alguna vez has sentido que una inquietud se apodera de ti sin una razón clara y te cuesta encontrar la calma? ¿Te ha pasado que el pecho se aprieta, la respiración se vuelve pesada y sientes que algo malo va a pasar, aunque no sepas exactamente qué es? Si estás atravesando esto, o si lo ves en tu hijo, pareja, madre o amigo, no estás solo. La ansiedad y la angustia son experiencias humanas profundas, a veces abrumadoras, y comprenderlas puede ser el primer paso hacia la serenidad.

En Enmente® entendemos que estos estados emocionales no solo afectan a quien los experimenta directamente, sino también a quienes acompañan desde el amor y el cuidado. Por eso, hoy queremos ayudarte a reconocerlos, distinguirlos y reflexionar sobre cómo enfrentarlos con empatía, conocimiento y apoyo profesional.

Ansiedad y angustia: hermanas, pero no gemelas

Muchas veces usamos las palabras “ansiedad” y “angustia” como si fueran lo mismo. Sin embargo, existen diferencias importantes.

La ansiedad suele presentarse como una respuesta ante una amenaza percibida, aunque esta no sea clara o específica. Es como si el cuerpo y la mente se pusieran en alerta, listos para actuar. Esto se traduce en pensamientos acelerados, preocupación constante, dificultad para relajarse, e incluso síntomas físicos como sudoración, respiración rápida, temblores o tensión muscular. Es una energía que empuja, a veces para prevenir o controlar una situación que quizá nunca ocurra.

La angustia, por otro lado, es una experiencia más profunda y paralizante. Más que una alerta, es una sensación de bloqueo, de no poder reaccionar. Se siente en el cuerpo como una opresión en el pecho, un nudo en la garganta o un vacío en el estómago. Responde más al miedo de un futuro incierto e incontrolable, y menos a un peligro inmediato. Es un estado en el que muchas veces las palabras no alcanzan, y el sufrimiento se vive más desde lo visceral que desde el pensamiento.

Ambas emociones son legítimas. Son señales que nuestra mente y nuestro cuerpo usan para decirnos: “Hay algo que necesita tu atención”.

Cuando el cuerpo habla más alto que las palabras

Todos tenemos días difíciles, pero la ansiedad y la angustia se manifiestan con signos que podemos aprender a identificar. Cuando una persona se muestra irritable o no logra concentrarse, cuando duerme mal, tiene dificultades para mantener una conversación, o presenta reacciones físicas intensas sin causa médica aparente, es posible que estos estados estén presentes.

En niños, adolescentes o adultos mayores, los síntomas pueden expresarse de maneras diferentes. A veces con llanto sin motivo claro, dolores de estómago recurrentes, retraimiento social o incluso conductas agresivas. Muchas veces, estas reacciones no son más que una forma —a veces desesperada— de pedir ayuda.

Por eso, es importante no minimizar o etiquetar estas señales con frases como “son cosas tuyas” o “tienes que ponerle ganas”. En lugar de eso, preguntarnos con ternura: ¿qué estás sintiendo realmente? ¿Qué hay detrás de este malestar?

La mentalización: ponernos en los zapatos del otro… y en los nuestros

Aquí es donde la mentalización puede darnos una clave valiosa. Este concepto se refiere a la capacidad que tenemos para comprender nuestros propios estados emocionales y también los de los demás. Es decir, poder pensar y sentir al mismo tiempo, interpretar las conductas no sólo como acciones aisladas, sino como expresiones de lo que estamos viviendo por dentro.

Cuando mentalizamos, sustituimos el juicio por la curiosidad. Nos preguntamos, por ejemplo: “¿Por qué mi hijo está tan irritable últimamente? ¿Estará sintiendo miedo, frustración o inseguridad?”. O: “¿Por qué me cuesta tanto dormir si todo ‘está bien’? ¿Será que algo me preocupa más de lo que reconozco?”.

Este ejercicio de empatía, hacia uno mismo y hacia el otro, no resuelve el malestar por sí solo, pero abre la posibilidad de comprenderlo y atenderlo mejor. Nos conecta con una mirada más compasiva, y muchas veces más eficaz, frente al sufrimiento emocional.

Buscar ayuda no es una debilidad, es un acto de amor

Tanto la ansiedad como la angustia pueden tratarse de forma efectiva. Las herramientas están al alcance. La psicoterapia, especialmente en sus abordajes más actuales, como la terapia cognitivo-conductual, ayuda a identificar y modificar los pensamientos, emociones y conductas que alimentan el malestar. En algunos casos, el acompañamiento con medicación puede ser necesario y muy útil.

Lo más importante es que nadie tiene por qué atravesarlas en soledad. Pedir ayuda profesional no es señal de debilidad, sino una forma poderosa de cuidarse, y también de cuidar a quienes nos rodean. Porque cuando sanamos internamente, también construimos un entorno emocional más sano para quienes amamos.

En Enmente®, acompañamos procesos de ansiedad y angustia de manera cercana, respetuosa y adaptada a cada historia. Sabemos que cada persona, cada familia, cada niño, cada adulto, lleva consigo una trama única que merece ser escuchada.

Un camino hacia la calma empieza por reconocer que no podemos ni necesitamos con todo solos. La intención de mirarnos con más amor, de comprendernos mejor, ya es una forma de comenzar a sanar.

La ansiedad no es el enemigo. La angustia no es una condena. Ambas son lenguajes emocionales que nos invitan a pausar, a sentir y a buscar respuestas.

Tu bienestar, y el de quienes te importan, merece una escucha cuidadosa. Nosotras estamos aquí para ofrecerla. Cuando lo necesites, cuando lo decidas, Enmente® está.

A veces, dar el primer paso duele. Pero acompañados, caminar es menos pesado.

Phone
WhatsApp
WhatsApp
Phone